La tierra de Félix Rodríguez de la Fuente
En la localidad burgalesa de Poza de la Sal nació la pasión por la naturaleza del popular divulgador.
La tierra de Félix Rodríguez de la Fuente
Encendíamos el televisor, que en aquella época tenía más de mueble que de electrodoméstico, y, entonces, en la pantalla, el mundo amanecía con un sol naranja enorme como una promesa. La maravillosa sintonía del compositor Antón García Abril se encargaba con sus enérgicas percusiones de prepararnos para la aventura que estaba por llegar. Aparecían recuadros con imágenes fascinantes y, al poco, la poderosa voz de Félix Rodríguez de la Fuente, hecha de pasión y toda carisma, comenzaba a narrarnos la historia que nos mantendría a todos pendientes del televisor, aguantando la respiración, tensos cuando veíamos al águila cazar, o, preocupados al ver a la madre loba esconder uno a uno a sus cachorros al ser perseguida por los cazadores.
Desde entonces, para muchos, la naturaleza sigue sonándonos con la voz apasionada de Félix Rodríguez de la Fuente, el naturalista que con sus especiales dotes de comunicador saltó a la fama en los años 60, en una España que comenzaba a desperezarse en blanco y negro.
Félix, el amigo de los animales
Cuando Félix Rodríguez de la Fuente comenzaba a hablar arqueaba la ceja derecha. Y si su rostro era expresivo, su voz lo era todavía más. Dotado para la oratoria, con una gran memoria y vitalista, lograba emocionarnos al explicarnos las maravillas de la naturaleza narrándolas como si de una aventura se tratara. El amigo Félix –aquella mañana estaba más triste el sol– nació el 14 de marzo de 1928, en Poza de la Sal, un pequeño pueblo de pastores, en Burgos.
“Mi agreste infancia de niño de pueblo de los páramos de Burgos, infancia de niño despeinado, con el rostro quemado por el sol, con el cierzo en la cara, siempre buscando algo y preguntando algo a la línea del horizonte.”
El pueblo de Poza de la Sal, en el paisaje plano del Páramo de Masa, fue el espacio en el que se desarrolló la infancia de Félix Rodríguez de la Fuente. Vivió correteando a su antojo por las calles y alrededores del pueblo hasta que en 1938 ingresó en un internado de Vitoria para comenzar sus estudios reglados. Más tarde, destacó como un alumno brillante, aunque no especialmente aplicado en el estudio, en la Universidad de Valladolid. Por recomendación de su padre, un notario que le transmitió la pasión por la lectura y el amor por el idioma, acabó la carrera de medicina. Sin embargo, después de dos años de ejercer como odontólogo en Madrid, en 1959 responde a la llamada de la naturaleza, su vocación. El mundo perdió a un dentista; pero ganó a un apasionado comunicador.
Aquel niño de infancia agreste en Poza del Sol inició su popular carrera mediática ocupando la portada del diario ABC un 21 de octubre de 1964. El titular describía al “cetrero mayor de España” que, como se observaba en la fotografía, lanzaba durante las Jornadas Internacionales de Cetrería, celebradas en la Alcarria, a su halcón “Durandal”. De aquella fotografía en blanco y negro, a las últimas secuencias filmadas de Félix Rodríguez de la Fuente en color, en Alaska, instantes antes del desgraciado accidente de aviación que acabaría con su vida, pasaron dieciséis años de apasionada carrera como divulgador. Una carrera que nos dejó verdaderos hitos como el programa El Hombre y la Tierra, el libro El arte de la cetrería, la película Alas y garras, sus reportajes en la revista Blanco y Negro o la popular Enciclopedia Salvat de la Fauna, de la que, suplemento a suplemento, se vendieron más de 18 millones de volúmenes en una España en la que apenas nadie hablaba de ecología.
Poza de la Sal, donde todo comenzó
La villa, al nordeste de Burgos, se encuentra cerca de Oña y Frías, las “Raíces de Castilla”. Estamos en lo más profundo de la Vieja Castilla, tierras con un gran legado medieval, con castillos y murallas que salpican el entorno en el que se encuentra el importante Parque Natural de Montes Obarenses.
El visitante que llegue a Poza de la Sal buscando los primeros pasos de Félix Rodríguez de la Fuente quedará fascinado con la amplitud del horizonte de los páramos. Este es el lugar que despertó la pasión por la naturaleza del popular naturalista. A él se refirió en muchísimas ocasiones en su carrera como divulgador del medioambiente.
«El pueblo olía de una forma especial, era el fuego de las chimeneas que olían entonces a carbón vegetal, a hojas, a leña».
Acercarse al casco urbano de Poza de la Sal es entrar por igual en la Edad Media y en la infancia del divulgador. Lo haremos por la Calle de la Calzada, pasando por la bella Plaza Nueva. Una vez traspasemos el arco de la Puerta del Conjuradero,seguiremos por la Calle Mayor. En el número 18 fue donde nació Félix Rodríguez de la Fuente, el más atrevido de la cuadrilla Dios te libre. Bajo los aleros de los tejados y aprovechando las grietas, los vencejos anidaban cada verano y se convertían en un fascinante espectáculo para aquellos niños. Por supuesto, no era el único.
En la Plaza de la Villa, junto al Ayuntamiento, construido en el siglo XVI, se encuentra la Oficina de Turismo, justo donde está el Espacio Medioambiental que da comienzo al itinerario urbano “Tras las huellas de Félix”. Siguiéndolo será como nos encontraremos con un conjunto de casas apiñadas que se reparten entre calles estrechas y empinadas. Transitaremos por el empedrado de las calzadas y veremos algunos bellos edificios como la iglesia de San Cosme y San Damián, conjunto declarado Monumento Histórico-Artístico. Tan solo unos pasos más allá, encontraremos la Plaza Viaja, que, con sus soportales medievales, era el espacio al que que acudían los tramperos de la época a vender las pieles los días de feria. Aquello, sin duda, impresionó a Félix Rodríguez de la Fuente.
“Escuchando aullidos de lobos me dormía muchas noches en mi pueblo burgalés de Poza de la Sal, al pie del alto páramo de Poza y de Masa”.
Aquella cuadrilla de amigos vivió el encuentro de la naturaleza como un juego. Las noches de verano, salían a cazar entre las calles estrechas a los murciélagos para estudiarlos y ver cómo eran de cerca. Aunque también hubo experimentos menos acertados, como aquella vez en que el niño Félix Rodríguez de la Fuente, aplicando la lógica infantil de lo que tal vez había leído en algún libro de la biblioteca paterna, anunció a sus compañeros que las gallinas volaban. Sentenció que si tenían plumas, entonces podrían volar. Y para demostrarlo a todos, atrapó un par de gallinas que, desafortunadas, probaron desde las alturas del castillo de los Rojas, que no, que no todos los animales con plumas logran volar. Subiremos hasta el final de los restos de la muralla, no para experimentar con el vuelo de las gallinas, sino para poder contemplar unas espectaculares vistas de la cuenca burebana y del entorno de Poza de la Sal.
Sin duda, además de la figura de Félix Rodríguez de la Fuente, lo que diferencia a esta villa de cualquier otra villa medieval es su diapiro, un afloramiento salino a cielo abierto, conocido popularmente como el salero, declarado Bien de Interés Cultural como Sitio Histórico. Preguntaremos en la misma Oficina de Turismo por la imprescindible visita al Centro de interpretación Las Salinas, ubicado en la Casa de Administración de las Reales Salinas. La exposición gira alrededor del fenómeno diapírico de Poza de la Sal, en cuyo fondo se encuentra la cuenca salinera que dio importancia a la villa desde tiempos remotos. En el Salero, podremos observar las antiguas construcciones vinculadas a la producción salinera y los almacenes.
Es conveniente dejar para el final la visita al monolito que el artista Juan Villa hizo en homenaje a Félix Rodríguez de la Fuente, ubicado en la carretera dirección al Páramo de Masa, muy cerca del Centro de Interpretación de las Salinas. La escultura le muestra sentado mientras acaricia a un lobo. En la mano derecha sostiene uno de los cuadernos que solía usar para anotar sus observaciones. La mirada hacia la villa y más allá, hacia el horizonte, en ese mismo horizonte en el que de niño oteaba buscando respuestas a sus preguntas.
En uno de sus primeros programas de la serie Planeta Azul, Félix Rodríguez de la Fuente brindó por todos los telespectadores; pero sobre todo, por todos los niños. Brindó por todos nosotros para que siguiéramos siendo todos amigos, verdaderamente amigos, de nuestros amigos los animales. Que así sea.
Fuente: viajes.nationalgeographic.com.es